viernes, 17 de febrero de 2023

Entre Mercurio y Cometa

 

Foto de Nikita Grishin


Hoy he pasado, como tantas veces, por delante de tu casa. Por primera vez me he fijado en el número de tu puerta. Vives en una calle que tiene dos nombres diferentes en sus extremos: Mercurio y Cometa.

He pensado al verlo que aprendemos antes nuestros nombres de usuarias de Instagram o incluso los números de nuestros teléfonos móviles que la dirección de nuestras casas. Es el paradigma de un momento en el que difícilmente nos detenemos a escribir cartas. Y yo he sido tanto de cartas… De escribirlas a las amigas. De entregarlas entre clase y clase. De intercambiarnos poemas como hojitas de olor:

“De tu ventana a la mía

Hay una cinta azul celeste

…”.

De usar el papel para plasmar algún mensaje metido entre floripondios y exageraciones aristocráticas. Al punto Las amistades peligrosas pero con la peligrosidad propia de un oso de peluche jugando a ser malote. Sabiendo perfectamente que aquella no es su naturaleza.

Con todo, no vamos a decir que tú y yo vivimos atrapadas en un mundo tecnológico al que no pertenecemos. Del que nos sentimos totalmente enajenadas. Una vez, hermana, fuimos capaces de revolucionar toda una calle con nuestros creativos e innovadores inventos rudimentarios. Una vez nos pedimos una muñeca que movía los labios a la par que nosotras cantábamos desde un micrófono que se enchufaba a la susodicha.

No nos disgusta tampoco la inmediatez que nos permite escribirnos un Whatsapp para, sin haberlo planificado previamente, ir ambas al centro o a hacer la compra.

Tampoco nos disgusta lo digital cuando de reír y hacer reír se trata. Para hacer esas imitaciones y esos vídeos en Tiktok que te dan tanta vidilla. A ti que eres tan folclórica. Para decirme llorando como hace un día: “Mari… se me acaba de ir”.

Sin embargo,  ni tu mundo ni el mío se reduciría solamente a eso llegado el caso. Estaríamos bien ambas sin un teléfono en la mano. Somos conscientes de que viviríamos, incluso, mucho más serenas.

En el fondo, toda esta sobreinformación nos altera. 

Tú y yo hemos disfrutado más una caminata en el pinar, condimentada por una de esas charlas existenciales que nos gusta marcarnos y que cada vez nos lleva a conclusiones más inhóspitos: “así es la vida”. 

Y, a pesar de todo, de sentir las dos que nos tocó lo difícil demasiado pronto. Que a veces parecemos estatuas de sal ante el devenir de los demás desmoronándose. A pesar de estar de ida y vuelta en bucle del dolor. De la ausencia de mamá. De todo lo que nos revienta cada día; estamos retornando a una extraña nueva infancia. En parte, conscientes de cierto desprecio hacia la vida adulta que no nos ha tratado demasiado bien en algunos aspectos.

Ver que vuelves a jugar. Sentir tu entusiasmo entre un grupo de mujeres tocando un bombo. Presenciar tu florecer después de haber conocido tu cuerpo quebrado por la desconexión y la pena. Preguntándose “a qué vine. Por qué me tuvieron. Quién me abraza”.

No haber tenido consciencia de mi existencia sin que tú ya estuvieras al lado. Encorajarme contigo de chica. Pero crecer a tu lado. Saber quererte luego. 

Verte. Que vuelves. A jugar. Con una mirada que ni de niña te vi. Con las lecciones desaprendidas y el cuerpo en marcha. 

Estar aquí contigo, hermana. Saber en el fondo que, en parte, tú siempre fuiste uno de los grandes amores de mi vida. Experimentar cómo tu risa riega mis plantas y tu brillo hace eco en mis raíces. Cómo me las revolotea y me las agita y me las levanta. Llegar hasta la copa, también, contigo.

Saberte renacida reduce los instantes que creí equivocados.

Mi hermana vive entre la calle Mercurio y la calle Cometa.

 

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario