viernes, 17 de febrero de 2023

Entre Mercurio y Cometa

 

Foto de Nikita Grishin


Hoy he pasado, como tantas veces, por delante de tu casa. Por primera vez me he fijado en el número de tu puerta. Vives en una calle que tiene dos nombres diferentes en sus extremos: Mercurio y Cometa.

He pensado al verlo que aprendemos antes nuestros nombres de usuarias de Instagram o incluso los números de nuestros teléfonos móviles que la dirección de nuestras casas. Es el paradigma de un momento en el que difícilmente nos detenemos a escribir cartas. Y yo he sido tanto de cartas… De escribirlas a las amigas. De entregarlas entre clase y clase. De intercambiarnos poemas como hojitas de olor:

“De tu ventana a la mía

Hay una cinta azul celeste

…”.

De usar el papel para plasmar algún mensaje metido entre floripondios y exageraciones aristocráticas. Al punto Las amistades peligrosas pero con la peligrosidad propia de un oso de peluche jugando a ser malote. Sabiendo perfectamente que aquella no es su naturaleza.

Con todo, no vamos a decir que tú y yo vivimos atrapadas en un mundo tecnológico al que no pertenecemos. Del que nos sentimos totalmente enajenadas. Una vez, hermana, fuimos capaces de revolucionar toda una calle con nuestros creativos e innovadores inventos rudimentarios. Una vez nos pedimos una muñeca que movía los labios a la par que nosotras cantábamos desde un micrófono que se enchufaba a la susodicha.

No nos disgusta tampoco la inmediatez que nos permite escribirnos un Whatsapp para, sin haberlo planificado previamente, ir ambas al centro o a hacer la compra.

Tampoco nos disgusta lo digital cuando de reír y hacer reír se trata. Para hacer esas imitaciones y esos vídeos en Tiktok que te dan tanta vidilla. A ti que eres tan folclórica. Para decirme llorando como hace un día: “Mari… se me acaba de ir”.

Sin embargo,  ni tu mundo ni el mío se reduciría solamente a eso llegado el caso. Estaríamos bien ambas sin un teléfono en la mano. Somos conscientes de que viviríamos, incluso, mucho más serenas.

En el fondo, toda esta sobreinformación nos altera. 

Tú y yo hemos disfrutado más una caminata en el pinar, condimentada por una de esas charlas existenciales que nos gusta marcarnos y que cada vez nos lleva a conclusiones más inhóspitos: “así es la vida”. 

Y, a pesar de todo, de sentir las dos que nos tocó lo difícil demasiado pronto. Que a veces parecemos estatuas de sal ante el devenir de los demás desmoronándose. A pesar de estar de ida y vuelta en bucle del dolor. De la ausencia de mamá. De todo lo que nos revienta cada día; estamos retornando a una extraña nueva infancia. En parte, conscientes de cierto desprecio hacia la vida adulta que no nos ha tratado demasiado bien en algunos aspectos.

Ver que vuelves a jugar. Sentir tu entusiasmo entre un grupo de mujeres tocando un bombo. Presenciar tu florecer después de haber conocido tu cuerpo quebrado por la desconexión y la pena. Preguntándose “a qué vine. Por qué me tuvieron. Quién me abraza”.

No haber tenido consciencia de mi existencia sin que tú ya estuvieras al lado. Encorajarme contigo de chica. Pero crecer a tu lado. Saber quererte luego. 

Verte. Que vuelves. A jugar. Con una mirada que ni de niña te vi. Con las lecciones desaprendidas y el cuerpo en marcha. 

Estar aquí contigo, hermana. Saber en el fondo que, en parte, tú siempre fuiste uno de los grandes amores de mi vida. Experimentar cómo tu risa riega mis plantas y tu brillo hace eco en mis raíces. Cómo me las revolotea y me las agita y me las levanta. Llegar hasta la copa, también, contigo.

Saberte renacida reduce los instantes que creí equivocados.

Mi hermana vive entre la calle Mercurio y la calle Cometa.

 

  

jueves, 24 de noviembre de 2022

Lo que hay. De Sara Torres.

 


Algunas mujeres se esperan a sí mismas

al girar la siguiente esquina

y llaman paz al espacio vacío

pero lo opuesto a vivir

es sólo no hacerlo.

Audre Lorde.

 

Durante la lectura de Lo que hay de Sara Torres, la palabra «estigma» se me aparecía todo el rato. El estigma del deseo, la piel y lo sensitivo. El estigma que porta quien quiere ocupar ese lenguaje en un mundo que categoriza a trozos el cuerpo para que amemos sin contaminación: flojito. Para que creamos que todo anda mal por querer necesitar, interdepender, formar parte de un quejío.

El viaje de un cuerpo otro que, durante un proceso de duelo, queda en evidencia y en cueros al encontrarse lo ajeno en lo irremediablemente propio. Al pasar la piel del individualismo a la colectividad. Al dolor que es ser parte de la otra.

Pensé durante su lectura en quien fue señalada, cual animal salvaje, por sentir “demasiado”. En quienes apuntan a la intensidad como derecho vital hacia una comunidad vibrante. De materia prima vulnerable. El tacto como derecho básico y fundamental.

Es como si nos arrancarán la piel y su potencia. Como si se privatizara su acceso y su cuidado. El derecho al tacto. La revolución de la autora. El derecho a sentir y a ser sentida.

Escribe Torres:

Creo que la única revolución «cultural» que imagino posible es una que ocurra en el tacto, a través de una reconfiguración de nuestros modos de experimentarlo. Tal vez un día reclamemos el derecho al tacto y lo saquemos de la lógica moral de Occidente y de nuestras sociedades, que lo dirigen hacia los límites productivos de la maternidad y la pareja. Una mano que, fuera de esos espacios, se posa suave en el cuerpo del otro para conocerlo y comunicarse revoluciona el estado de cosas. Tocar nos transforma, pero esa mano capaz de llevarnos a un lugar que aún no conocemos se expulsa a menudo a través de una retahíla de preguntas: ¿qué busca? ¿Me está tocando conscientemente? ¿Hay una intención sexual en este gesto?

La novela me ha recordado a las cosquillitas en los brazos entre amigas. El toqueteo de los cabellos en las infancias. Pero también al cruel destierro de la caricia y la piel al que sometemos a quienes no portan vínculos normativos donde poder ser tocadas. Sara Torres me lleva a la soledad de las viejas y a los geriátricos. A las manos de las mayores pidiendo ser acariciadas.

La revolución háptica de este libro es, al menos para mí, un grito y un llamado a quienes sentimos que el sentío puede más que la razón a la hora de acortar distancias. Nos muestra las trabas a las que se tendrá que enfrentar esa revolución en lo cotidiano bajo un monólogo interno intenso y bajo la conversación agonizante y sensitiva que sólo se produce alrededor de ausencias que se perciben como desgarradoras e inevitables.

La posibilidad de que soportar la violencia de la monotonía y el aburrimiento no se viva como virtud aparece en la obra en canal y con las piernas abiertas.

Voz de la prota:

La calefacción zumba con demasiada fuerza. Hay atolondramiento, un calor que despierta la sensibilidad de la piel y me hace reaccionar con picor al jersey de lana fino. Estoy en ropa interior sobre la cama, abro las ventanas que dan a la terraza central y dejo que me toque la brisa nocturna. No evito, aunque quisiera, el pensamiento de que hay algo aquí que se desaprovecha y que tiene que ver con el vientre despierto, las manos atentas, la sombra perfecta proyectada sobre las sábanas. Toda la seducción de los objetos, todo este despliegue para una soledad tan simple. Tan aburrida de contar siempre una misma historia, donde hace ya tiempo que no ocurre nada.

Ese no vivir de Audre Lorde como ese jersey que tanto pica.

El origen etimológico de «Aburrimiento»:  del ab-[sin] horrere [lo que pone los pelos de punta]: Vivir sin aquello que nos pone los pelos de punta. Lo que hay. Acostumbrarse a vivir sin lo que levanta el vello de las carnes.

La novela se muda a cada rato montada en el vehículo de una sensibilidad que palpa espacios legítimos e ilegítimos. Sara Torres traslada a su protagonista de un lugar a otro. Se mueve entre sentires que parecen no estar nunca en el lugar correcto. La corrección perversa de la norma. Recovecos. Entre-lugares. Destierro.

Lo que hay se suma a esas obras que no normalizan el no vivir como itinerario de una adultez en la que se abandonan prácticas como el juego o la risa. También el tacto.

Sara Torres lo dice a través de una voz de mujer que, entre culpas, nos señala que donde erizó la piel siempre fue lugar correcto.

El duelo y  una capacidad de amar desbordantes son el tejido desde el que se hila esta historia. Una canción de amor detrás de cada despedida y cada tránsito hacia la muerte. Una reinvención del afecto. Una intención de que nos afecte de formas más amorosas.   

Lo que hay consigue también que brote la compasión hacia una misma y hacia otras. Por la de veces que nos flagelamos por portar un cuerpo vivo. La de veces que criticamos el “deseo incontrolable” de las otras.

De una belleza imprescindible.

Sara Torres toca.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Los caballos de mi pelo


 

Los cabellos de mi trenza

son las manos de mis hermanas.


Con las que compartí contraespacios

de infancia y abusos.


De lagartijas, también,

mudándome sus colas dentro.


De un trueno queriendo ser grieta.

De un mensaje que no quiso la botella.


Caballos en libertad

corren por la goma de mi pelo. 


Recogío el universo que me expande.




Poema incluido en el poemario Volvemos a casa.


sábado, 12 de noviembre de 2022

Lara

 


IMPORTANTE:*Estos textos tienen autoría y están protegidos con Copyright Creative Commons. Si compartes o tomas extractos, cita la fuente y el enlace. Eso nos ayuda a quienes generamos a través de diferentes manfiestaciones artísticas a no precarizar aún más nuestra situación. 


Lara dice que estoy en el lugar equivocado. Que da igual lo que haga si el lugar no es el correcto. Que determinados tipos de plantas no florecen en todos los sitios, por mucho esfuerzo que le pongas. 

Ella dice que seguramente me he pasado la vida pensando que era yo la que estaba incorrecta y que, cuando eso se piensa, la mayoría de las veces es porque no se está ocupando el espacio adecuado. «La otra cosa que puede pasar», me dice, «si sientes esto, es que estés rodeada de gilipollas. Pero no es tu caso», me anima. 

Pienso profundamente en lo que Lara comenta y, aunque lo siento así, también me he resignado. Pero es una resignación libre de expectativas. Es una resignación que podría ser hogar

Acepto y creo que mis porciones de tierra están irremediablemente divididas y que, lo que me haría bien en un lado, no me lo haría por el otro.

Sé que no tengo remedio y que eso puede estar bien.

jueves, 3 de noviembre de 2022

Las lágrimas de la Macarena

Clip del vídeo de la acción de Mujeres de negro: abajo


El fascista Queipo de Llano ya está fuera de la Macarena. Enterrado con honores en uno de los emblemas eclesiásticos más potentes de la capital sevillana, al patriarca no se le entiende en este sur local sin su principal aliado: el nacionalcatolicismo. El lema de la España libre, grande y única ha aplicado violencia con saña durante siglos sobre una tierra contaminada de una diversidad que “la única” no quería.

El pueblo andaluz ha llevado en sus hombros a deidades bajándolas a la tierra en su sensitiva cultura popular: pozo de lamentos permitidos. Enredando en identidades múltiples. Invocando la magia, el incienso, el arte canallesco, el vuelo de una mano o la música. Tomó esa manera como vía de escape. Meciendo a la Macarena en su carne de escultura y haciendo del relío entre iglesia y calle un suspiro para la supervivencia.

Pero cuánta sangre derramada. Cuánto dolor, silencio y cuánto lenguaje alternativo y resiliencia.

El otro que toda patria necesita para constituirse encontró cuerpo y alma en territorio andaluz. De aquí salieron barcos monstruosos pero no nació aquí su proyecto político. La historia, sin embargo, no nos quita privilegios que hacen frontera y se mecen entre precariedad, turismo y exotización.

La capital andaluza es un rebujo de oralidades y expresiones corporales en constante resistencia popular: la expulsión del pueblo gitano del barrio de Triana. Su lección al mundo en el espectáculo que documentó Triana pura y pura en el que se reunieron para bailar y celebrar los oficios y la comunidad arrebatada. Su supervivencia.  Los barrios comunitarios y sus modelos de convivencia. Las corralas utopías.

Pero también las plazas donde aún resuenan los gritos de la Santa Inquisición a las que el fascismo volvió con simbolismo y nostalgia. El quejío de las brujas detrás de los muros del catolicismo. Mujeres cotidianas sublevadas contra el yugo de un marío. Lo considerado abyecto condenado a la nocturnidad. La disidencia siendo dejada únicamente si se convertía en espectáculo para las masas selectas: entretenimiento para la gente del gran poder. Cultura para una España que te considera cateta. A mucha honra si el término huele a pueblo.

Cuando en la madrugada leo que Queipo de Llano fue, por fin, exhumado lo primero que recuerdo es a un grupo de mujeres andaluzas zapateando sobre su tumba en una acción política.  Mujeres de negro cambiaron las calles de los asesinos por los nombres de las mujeres a las que el militar alentaba a violar en sus discursos radiofónicos. Lo simbólico atravesando el cuerpo: sin separación alguna. De la mano.

Creo que así lo entendemos nosotras.


En las intuiciones que heredé de nuestras muertas-vivas siempre sentí que Andalucía es despreciada por encarnar a “la otra” pero también por su cosmovisión del mundo. Su manera de entender y vivenciar el cuerpo, su cultura viva. Subversiva es su forma de acariciar los sentíos, de experimentar la maceta y el geranio. Su poesía de lo ordinario. Su imposibilidad para separar la vida en categorías duales y excluyentes.

domingo, 23 de octubre de 2022

Autoboicot

 


Desconfío de la palabra y del medio. Si es que celularmente he llegado a vivir tanto, esto es una cosa en mí ya milenaria: La desconfianza. 

Cuesta abrir las puertas a la ternura y a la curiosidad atenta entre tanta publicidad y tanta marca.

Lo que me taladra el estómago no puede sobrevivir en el baile de un dedo índice pasando pantalla. 

No podría meterte ahí. No podría someter mis sensaciones contigo a esa maquinaria. A esa inmediatez sin vísceras.

Te imagino en las nanas profundas y los potajes lentos. 

No me queda otra que tener fe en la materia. Todo lo demás es entrar al tú dices y luego yo digo. Y luego tú dices y luego yo digo. Un decir constante que no está diciéndonos absolutamente nada. Que no para de darnos vueltas alrededor de una ausencia.

Después de tantos paradigmas vividos desde aquella crisis que sostenía en brazos a la otra, leerte entrecomillada entre estos muros me carga en polaridad y guerra. Convertimos las palabras en caricias que se defienden de ellas. 

No puedo entrar y lo sabes. 

El intento de contacto se parece cada vez más a un exilio.

No es justo que, entre tú y yo, sólo sobreviva una frustración estratégicamente moldeada y adelantada. Generada por una necesidad de hacer del autoboicot un lugar identitario.

Siendo justas, no lo es que únicamente sobreviva una distorsión de nuestros miedos más profundos. Que en la encarnación de nuestras imaginerías hayamos sido tan cobardes como para no postrarnos ante la verdad y reconocer que pudimos inventarnos también de otras formas. Que estar bien armada contra el rechazo no hace que nuestros gigantes sean más ciertos.

Cierto también es que pudo haber sido y nos hemos chantajeado hasta decir basta. Y, honestamente, siento que hemos perdido ambas.  Y que sólo nos encontraremos cuando dejemos de buscarnos entre tanta censura y tanto llanto.

 

martes, 4 de octubre de 2022

Un parque temático llamado amistad. Cuerpo a cuerpo con Las de la última fila.

Foto de la serie Las de las última fila.

Este escrito puede contener Spoilers


Sala de actos de la Universidad de Cádiz. Años atrás. Una conocida teórica feminista imparte una conferencia sobre amistad entre mujeres mayores. Todo muy coherente, blanco e impoluto. No hay mocos en su narrativa. Ni historias que hablen del drama de los cuidados que tantas asumimos con resignación cuando nos hacemos mayores (antes también). Nada de la vulnerabilidad. De la interdependencia.

Nada de qué ocurre con nuestras amigas que se encuentran fuera de relaciones normativas por elección o no. Nada de nuestras amigas que viven en la precariedad. La palabra clasismo se nos pasa por la cabeza a las presentes. La palabra norte también  y, aunque sabemos que hay muchos sures en los nortes, las del sur local estamos atravesadas por alguna cosilla. Un algo, un deje, un quejío incluso. Un drama distinto. La realidad de la cuidadora nos interpela de una manera bestial. Esa realidad nos atraviesa muchísimo.

Una mujer mayor levanta la mano y dice:

Todo eso está muy bien, yo también tengo redes, pero en realidad estoy sola. Y me hago mayor y cada vez estoy más sola. No estoy en pareja. Con mi familia es complejo. Mis amigas están muy lejos de ser una alternativa diaria que sostenga más allá de algún café semanal. Me hago mayor y la soledad parece ser mi irremediable destino feminista.

Recuerdo que en ese momento lo que separa teoría de vida fue un abismo. La impotencia y el silencio de la sala ante esa soledad evidenciaba lo que sin más se asume como resignación agachando la cabeza. Parece que hemos decidido no poder hacer nada. Un día, algunas de nosotras seríamos ella.

Es un duelo esto. Un duelo ¿feminista? profundo y tirano. Una lucidez que a veces no la quisiéramos. El darte cuenta y abrir los ojos. El saber que no somos iguales todas: ante la vida, ante los cuidados, ante todo. Que hemos estado algunas produciendo y produciendo y produciendo pensamiento feminista (y+) para traducirnos a nosotras mismas y a nuestros orígenes y circunstancias para, al final, acabar presenciando lo que, incluso con este entramada teórico, se nos viene encima.  

Como Bob Pop ha dicho en alguna intervención, “los escritores sólo somos bufones de los ricos”. Sin compartir al cien por cien esta afirmación, sí siento que los sentires y pensamientos de quienes pedíamos a gritos una explicación y una cura a las violencias sistémicas, corren el peligro de convertirse en un producto cultural y nada más que eso. No una casa que sostenga en el asfalto de lo real, la soledad de aquella mujer y de nosotras. 

Productos culturales que no negaremos han sido hogar para nosotras pero que resultan insuficientes si no descentralizamos los afectos normativos de manera colectiva para construir un gran sostén y llevarnos a la práctica en una casa enorme para vivir como en el libro de Cristina Morales: sin amos, sin dios, sin maridos y “sin partidos de fútbol”. ¿No se trataba también de eso? ¿De vivir?  

Como dice mi amiga Anita, el papel lo aguanta todo. Actualmente, para muchas, el feminismo no se ha traducido en una alternativa vital real y la agonía por la supervivencia se siente, la mayoría de las veces, de manera privada.

Sin restar importancia a lo difícil que resulta hacerlo: vivir a la contra… también necesitamos muchas verbalizar esto porque, al final, a quienes se les cae el cuento encima de manera rotunda no es a todas. No, al menos, por igual.

Las que de alguna forma estamos fuera de las redes normativas de afectos: las raritas, las disidentes… no vamos a vivir en un producto cultural (ni siquiera en el nuestro) y mucho menos en series como la de Las de la última fila y deseamos que tanta producción se traduzca en algo. 

Qué leídas somos y qué solas estamos.

Imagen de la película Solas 

Vivenciar el desesperanzado desenlace de este producto Netflixiano resulta crudo para quien espera una amistad más allá de lo impostado y artificioso. Sin embargo, hay una mijilla de real en él: la supuesta amistad que estas amigas se procesan es un golpe en la cara de lo que seguimos poniendo en el centro tanto en nuestras narrativas como en la vida. La reacción de mucha gente dando la bienvenida a este producto lo confirma.

martes, 11 de octubre de 2016

Sororamente solas | Huelga de éxitos


Estoy rodeada de éxito. Mis contactos en redes sociales – en su mayoría activistas feministas- también parecen estarlo. Parimos proyectos, publicamos, damos a conocer nuestras nuevas aventuras, hablamos de trabajo, de creatividad, de cursos, de nuevas metodologías, de sororidad, de blogs… Me incluyo. Por supuesto… Joder… ¡qué bien le va a la gente y qué bien me va a mí! ¡Cada plato que sale de mi cocina es una celebración y un akelarre que todo el mundo debería recibir como una iniciativa subversiva, ¡por supuesto! Porque yo todo lo que hago lo hago con perspectiva. Tengo la perspectiva de género metida en el coño. Me sale, así… Desde la espontaneidad… 

Es broma.

Aunque creo que como feministas podríamos ocuparnos más a menudo de romper paredes y de mostrar qué hay detrás de nuestros logros, qué hay detrás de las apariencias, qué hay detrás de nuestras vidas y, en definitiva, arriesgaros a hablar de las partes oscuras y dolorosas que nadie quiere mostrar para desmantelar esa imagen de éxito y sin conflictos internos y externos… Aunque creo que la barrita que separa los términos binomios es la pared que hay que derribar. Aunque crea que esa labor forma parte también de la lucha contra el ideal heteropatriarcal y falso de sociedad que pretende hacernos ver que todo está bien… Aunque realmente creo en esto, no se da. Más bien lo contrario: la ausencia de expresión pública de nuestro dolor, trabas, situaciones económicas en nuestros muros y conversaciones públicas, a mí particularmente me ha hecho sentirme sola y estúpida cuando expongo lo “verdaderamente personal”: aquello que me agobia y me duele. Como como decía Despentes- no es cierto, ni siquiera creo que exista esa imagen de ascendente personal que proyectamos.

Imagen de Pawel Kuczynski


Hace una semanas, muy dolida con el mundo porque soy asquerosamente sensible y todo me afecta… acudí a una amiga para derramar mi rabia y mis ganas de desaparecer. Ella me dijo algo bonito: “a mí me pasa que cuando te leo, se me quita la soledad”. Hablábamos precisamente de escribir sobre nuestras mierdas. De exponerlas… Volví a caer en la palabra “referente” y en lo importante que es para nosotres y ya no en el sentido tradicional que le damos: referentes de personas que tienen éxito al hacer lo que le gusta o que simplemente siguen su camino con mayor o menor autenticidad. Referentes de personas que nos marcan caminos diferentes a los andados. Esos también pero no esos. En esta ocasión, la palabra me resultaba tremendamente importante desde otro punto de vista: referentes para sentirnos acompañadas en nuestras mierdas, para abrazarnos desde la lejanía, para no sentirnos tan raras ni nos den ganas de –a veces- desaparecer. Referentes de dolores y de lágrimas y de pobreza… Importantes referentes para no sentirnos más bichas raras. Para que no nos sintamos tan sororamente solas. Para decir "oye mira, también le pasa a ella. Vamos a unirnos".

Yo, que tengo 33 años y estoy actualmente desempleada y buscando el camino para dejar de sentirme culpable y disfrutar de ello. Que he enfermado últimamente de estrés y siento el cansancio en cada parte de mi cuerpo, que no sé lo que es no vivir en la precariedad y la inestabilidad o sin llevar doscientas iniciativas a la vez, que he sufrido

lunes, 16 de noviembre de 2015

"Nosotros no tenemos botón de seguridad en Facebook" Carta desde Beirut.

Ser políticamente correcta no me interesa demasiado. Ya sabemos todo lo pasado con los atentados de París y cuáles han sido las principales críticas al tratamiento de lo ocurrido. Si bien algunas personas no pueden dejar de ver -en esto de pedir equidad a la hora de dar importancia a todas las muertes- un ataque postmodernista de unas cuantas personas colgadas o hipster; lo cierto es que masacres como ésta dejan en evidencia qué cosas nos importan y cuáles no. 

Desde mi punto de vista, es tan importante denunciar y condenar los atentados como dar voz a aquellas personas que se indignan porque la cobertura es mayor en unos casos que en otros. Este desequilibrio ha causado una fuerte crítica hacia Facebook que no ha activado su aplicación sobre desastres hasta lo ocurrido en Francia. Ver anuncio de Mark Zuckerber de 2014. 


  


En cuanto vi la aplicación me pareció super útil. ¿Por qué tendría que criticarla? ¡Más vale tarde que nunca! Pues nada... Porque me gusta criticar... Porque nunca estoy contenta... No tengo que sospechar ni pensar que Facebook prioriza unos países a otros. Lo que ocurre es que hay una información que lo cambia prácticamente todo: resulta que nuestro amigo Facebook ya activó este servicio durante el terremoto en Nepal. También lo hizo en el de Chile y con el huracán de Patricia y el terremoto de Pakistán y Afganistán. Sólo se había hecho en desastres naturales hasta el otro día cuando decidió activarlo con la masacre en París. 

¿Cuál es el problema entonces con la actuación de esta red social? Pues que justo un día antes del atentado en París se produjo un doble atentado en Beirut (Líbano) en el que fueron asesinadas 43 personas (al menos ésa es la cifra por el momento) por el grupo Estado Islámico (EI). 





Como podréis comprender, que no se hayan dado importancia (o la misma) a estas muertes; al igual que no se dan a otras de otras partes del mundo es algo que; a una persona que estudió periodismo; le espante. ¿A qué están dando cancha los medios? ¿Qué nivel de importancia tenemos que tragarnos? ¿Hasta cuándo vamos a seguir poniendo unas masacres sobre otras? ¿Hasta cuándo vamos a tener que aguantar la censura de información en torno a armas, ventas, compras y guerras?

Ante las críticas, la respuesta no se ha hecho esperar. El creador de Facebook ha publicado lo siguiente

"Hasta ayer, nuestra política ha sido la de activar la comprobación de estado de seguridad solo para desastres naturales. Acabamos de cambiarla y tenemos previsto activarla también cuando ocurran tragedias humanas". Nos preocupamos por toda la gente de la misma forma, y trabajaremos duro para ayudar a la gente que está sufriendo en tantas situaciones como esta como podamos". 

Aquí sólo toca ver si esa preocupación por igual es cierta. Aunque a mí me gustaría, sinceramente, quedarme con la duda porque eso implicaría que el dispositivo de seguridad no ha tenido que usarse nunca más.

El blog de Joey Ayoub


Otra cuestión interesante en torno a este tema tiene a un bloguero como protagonista: Joey Ayoub. Se trata de un blogger libanés y francohablante que ha generado un post que ha sido compartido más de 10.000 veces en Facebook. Precisamente en la entrada hacía una crítica a la red social por hacer distinción entre unas víctimas y otras. El post (en inglés) no tiene desperdicio. Podéis verlo aquí. Os paso abajo la traducción al español. Vuelvo a repetir que no soy filóloga (pero hago lo que puedo porque me parece interesante de compartir).

BEIRU, PARÍS
14 de noviembre 2015
Vengo de una comunidad francófona privilegiada del Líbano. Por tanto, siempre he visto a Francia como mi segundo hogar. Las calles de París son tan familiares para mí como las calles de Beirut. Acabo de estar en París hace unos días.

Éstas han sido dos noches horribles para mí. En la primera, se acabó con la vida  vida de más de 40 personas en Beirut. En la segunda, fueron más de 100 en París.

También está claro que, en el mundo, las muertes de mi pueblo en Beirut no importan tanto como las muertes de mis otras personas en París.

"Nosotros" no tenemos un botón de seguridad en Facebook. "Nosotros" no obtenemos declaraciones nocturnas de los hombres y mujeres más poderosas; ni recibimos comentarios de millones de usuarios.

"Nosotros" no cambiamos las políticas que afectarán la vida de innumerables refugiados inocentes.

Todo esto no puede estar más claro.

Digo esto sin resentimiento alguno, simplemente con tristeza.

Es difícil darse cuenta de esto a pesar de la retórica de pensamiento progresista que hemos creado como una voz humana aparentemente unida. La mayoría de nosotros, la mayoría de quienes formamos esta curiosa especie, seguimos excluidos de las preocupaciones dominantes del "mundo".

Y sé que lo que en el término "mundo",está excluida la mayor parte del mundo. Porque así es como funcionan las estructuras de poder.

No me importa.

Mi "cuerpo" no importa al "mundo".

Si muero, esto no a va a marcar la diferencia.

Una vez más, lo digo sin resentimiento alguno.

Esta afirmación no es más que un hecho. Es un hecho "político", es cierto, pero es un hecho, en fin.

Tal vez debería tener un poco de resentimiento, pero estoy demasiado cansado. Resulta pesado ser consciente de ello.

Yo sé que soy lo suficientemente privilegiado porque, cuando muera, seré recordado por amigos y seres queridos. Tal vez este blog y la presencia online, pueda recoger algunas ideas sobre personas de todo el mundo. Ésa es la belleza de Internet. Y también es un privilegio con respecto a los demás.

Nunca antes había entendido lo que Ta-Nehisi Coates escribió cuando habló del Cuerpo Negro en Estados Unidos. Creo que hay una historia que contar con el Cuerpo árabe también. El Cuerpo nativo americano. El Cuerpo Indígena. El cuerpo de América Latina. El Cuerpo indio. El Cuerpo kurdo. El Cuerpo de Pakistán. El Cuerpo chino. Y tantos otros órganos.

El cuerpo humano no es uno [...] Tal vez esto en sí mismo es una ilusión. Pero tal vez es una ilusión que merece la pena conservar, porque no sé en qué tipo de mundo viviríamos si esto no fuera más que una ilusión. 

Algunos cuerpos son globales, pero la mayoría de los cuerpos son locales, regionales, «étnicos».

Mis pensamientos están con todas las víctimas de todos horribles ataques de hoy en día, y mis pensamientos están con todos los que van a sufrir una grave discriminación como resultado de las acciones de unos pocos asesinos de masas y del fracaso de la imaginación de la humanidad en su intento de verse a sí misma como una entidad unificada.

Mi única esperanza es que podamos ser suficientemente fuertes como para generar respuesta frente a lo que pretenden estos criminales. Quiero ser lo suficientemente optimista como para decir que estamos llegando allí; sea lo que sea  "allí".

Tenemos que hablar de estas cosas. Tenemos que hablar sobre la Raza. Simplemente tenemos que hacerlo.


*Entiendo que se refiere a hablar de "la raza" a hablar sobre un pacto unificado de humanidad: entendiendo "la raza" como "raza humana" y no como razas fragmentadas y de clases distintas. Lo digo porque la palabra "raza" aplicada en este último sentido me disgusta mucho precisamente porque creo que marcar diferncias entre las personas persigue discriminaciones concretas. 

** Este texto podría traducirse perfectamente a lo que las feministas llevamos pidiendo siglos: que las muertes a mujeres empiecen a ser consideradas en la medida que merecen. Es un grito a la equidad y ya va siendo hora de que le plantemos cara al silencio y que dejemos de ridiculizar a quienes -incluso en estos momentos de barbarie- piden un trato igualitario. 

miércoles, 5 de agosto de 2015

Demasiado adiós

Una vez escuché que "crecer es aprender a decir adiós". Supongo que eso tiene algo que ver con la necesidad de aceptar y soltar. El caso es que ha llegado un momento en mi vida en el que me doy cuenta de que estoy diciendo adiós muchas veces y de manera muy seguida. 

También por una cuestión de edad, dices adiós a quienes ya se hacen mayores y aceptas; incluso te adelantas al sentimiento cuando algo puede pasarles. "Es ley de vida", te dices; y sigues aceptando. Así, te visualizas viviendo sin esa persona. ¿Cómo será mañana? Y te imaginas viviendo tu vida desde otros esquemas [desconocidos], desde otras miradas pero consciente de que -aunque en estos casos concretos aprendamos a decir adiós- interiormente sentimos que hay piezas del puzzle que nos faltan y que aceptamos -de nuevo- pero que nos seguirán faltando. 

También oí, una vez, que cuando una de las personas más cercanas de tu vida fallece es como si te quitaran una parte del cuerpo. Suele ocurrir con aquellas personas que ya estaban ahí en el momento en que empezaste a tener consciencia. 

Luego hay otros adioses de los que sabemos que tarde o temprano nos recuperaremos. Son adioses que nos posibilitan cambiar y ser mejores, que nos invitan a superarnos, a mantenernos en pie y hacernos más fuertes. Adioses que sabemos que, si no se produjeran, detendrían nuestro "progreso", nuestro estatus espiritual a un nivel superior; ya que, sin ellos, no podríamos avanzar. En este caso, este adiós esconde un "hola" hacia otra parte. No es ley de vida como la muerte pero es un adiós "elegido". 



Y, por último, están esos adioses de espacio. Personas que no desaparecen ni se van de tu vida pero que jamás volverán a estar donde solían hacerlo, en los lugares donde compartisteis la experiencia. Son relaciones que se tejen en un espacio creativo concreto, durante un tiempo y una circunstancia determinada. Seguramente os volveréis a encontrar en un café o en una charla, pero nunca jamás en aquella rutina al que el adiós dijo adiós. 

Este último adiós siempre me ha resultado complicado describirlo y es el que ha estado más presente en los últimos tiempos. Se trata de un adiós demasiado consciente y circunstancial. Se trata de un adiós que, en la situación actual de pobreza espiritual en la que nos encontramos y en la que las diferentes "empresas" se encuentran, se ha convertido en demasiado habitual, demasiado recurrente. Es un adiós que te hace cerrar ciclos a trompicones. Jamás volverá a repetirse ese momento, esa rutina, ese día a día cuando una persona "decide" abandonar "el espacio" conjunto de creación. O cuando otrxs deciden que "debe abandonar "la casa" atendiendo a razones económicas ya irracionales, ya insostenibles. No son "ley de vida". Son ritmos mezquinos que se construyen sin miramientos, sin medida.

Hay momentos en la vida, como estos en lo que vivimos, en los que asumes demasiado adiós. A veces ocurre tan rápido que tienes que gritarle a la vida:

"¡Acepto! Pero déjame tener corazón. Párate por un segundo. Déjame llorar este adiós". 

Pero la vida sigue y hacen que siga. Hacen que nada pueda detenerla. Y tú te sientes débil y estúpida por no ser esa persona que avanza sin contemplaciones, que acepta sin contemplaciones, que accede a la deshumanización de la maquinaria sin contemplaciones. Estúpida por no querer aceptar sin detenerse un segundo a llorar el adiós. 

Así que, escribiendo esto, he querido burlar al mundo haciendo parón. Me he tomado la libertad de detenerlo. No quería continuar avanzando hacia otros adioses. No me apetecía agarrarme a los ritmos absurdos de adioses que nos impone desde el afuera este capitalimo agresivo de inestabilidades y miserias. No me apetece acumular este ritmo de adioses no sostenibles. 

Necesito poder acostumbrarme a sus caras, necesito poder tomarles afecto, necesito aprenderme sus nombres y conocer sus vidas, necesito sentir que somos un equipo. 


Necesito saber que se quedan.  



* A quienes se fueron y a quienes se irán. A quienes tuvieron que irse porque aquí no había nada que ofrecerles.