jueves, 3 de noviembre de 2022

Las lágrimas de la Macarena

Clip del vídeo de la acción de Mujeres de negro: abajo


El fascista Queipo de Llano ya está fuera de la Macarena. Enterrado con honores en uno de los emblemas eclesiásticos más potentes de la capital sevillana, al patriarca no se le entiende en este sur local sin su principal aliado: el nacionalcatolicismo. El lema de la España libre, grande y única ha aplicado violencia con saña durante siglos sobre una tierra contaminada de una diversidad que “la única” no quería.

El pueblo andaluz ha llevado en sus hombros a deidades bajándolas a la tierra en su sensitiva cultura popular: pozo de lamentos permitidos. Enredando en identidades múltiples. Invocando la magia, el incienso, el arte canallesco, el vuelo de una mano o la música. Tomó esa manera como vía de escape. Meciendo a la Macarena en su carne de escultura y haciendo del relío entre iglesia y calle un suspiro para la supervivencia.

Pero cuánta sangre derramada. Cuánto dolor, silencio y cuánto lenguaje alternativo y resiliencia.

El otro que toda patria necesita para constituirse encontró cuerpo y alma en territorio andaluz. De aquí salieron barcos monstruosos pero no nació aquí su proyecto político. La historia, sin embargo, no nos quita privilegios que hacen frontera y se mecen entre precariedad, turismo y exotización.

La capital andaluza es un rebujo de oralidades y expresiones corporales en constante resistencia popular: la expulsión del pueblo gitano del barrio de Triana. Su lección al mundo en el espectáculo que documentó Triana pura y pura en el que se reunieron para bailar y celebrar los oficios y la comunidad arrebatada. Su supervivencia.  Los barrios comunitarios y sus modelos de convivencia. Las corralas utopías.

Pero también las plazas donde aún resuenan los gritos de la Santa Inquisición a las que el fascismo volvió con simbolismo y nostalgia. El quejío de las brujas detrás de los muros del catolicismo. Mujeres cotidianas sublevadas contra el yugo de un marío. Lo considerado abyecto condenado a la nocturnidad. La disidencia siendo dejada únicamente si se convertía en espectáculo para las masas selectas: entretenimiento para la gente del gran poder. Cultura para una España que te considera cateta. A mucha honra si el término huele a pueblo.

Cuando en la madrugada leo que Queipo de Llano fue, por fin, exhumado lo primero que recuerdo es a un grupo de mujeres andaluzas zapateando sobre su tumba en una acción política.  Mujeres de negro cambiaron las calles de los asesinos por los nombres de las mujeres a las que el militar alentaba a violar en sus discursos radiofónicos. Lo simbólico atravesando el cuerpo: sin separación alguna. De la mano.

Creo que así lo entendemos nosotras.


En las intuiciones que heredé de nuestras muertas-vivas siempre sentí que Andalucía es despreciada por encarnar a “la otra” pero también por su cosmovisión del mundo. Su manera de entender y vivenciar el cuerpo, su cultura viva. Subversiva es su forma de acariciar los sentíos, de experimentar la maceta y el geranio. Su poesía de lo ordinario. Su imposibilidad para separar la vida en categorías duales y excluyentes.

Tu simbólico es mi físico

Amanece y llega un nuevo día y, mientras me hago un potaje, escucho un podcast. Lo únicos lugares donde, al parecer últimamente y como dice mi amiga Alma, la gente habla. En él se menciona a la violencia que nos echan encima pero que no calificamos como física. La llamaban simbólica las amigas. Simbólica puede ser. A veces ni eso.

Mi perra andaluza florece cuando, cada vez que escucho este discurso, mi cuerpo se subleva entre los pucheros lentos y las ollas a presión. Siempre me chirrió tanto esto de que las demás violencias no se lean como físicas. ¿Qué somos aquí más que un cuerpo?

Estoy zapateando.

Quisiera colarme a través del teléfono en la conversación del podcast y hablarle al dolor justificado de la compañera:

¡Es física! ¡Esa violencia es física! le digo. Lo veo venir: no se sentirá con derecho de mascarla.

Entiendo que esto viene del platonismo manoseado por los discursos hegemónicos de desprecio al cuerpo y los sentidos: de la polaridad cuerpo y alma. Pero sé que la llamada violencia simbólica es física y que la llamada violencia psicológica es física porque es un cuerpo quien la experimenta, la vive, la sufre.

Entiendo la necesidad de nombrar distinto. Ninguna es igual a la otra pero todas, insisto pa mis adentros, son físicas. Los adentros me lo dicen.

Decidida a abandonarme a este sentir, me espanta entender cómo las narrativas del estatus quo mutan para, siempre, abandonar sus responsabilidades como abandonaron a las amantes que nunca quisieron bien.

La oda a la razón se pierde por completo cuando se trata de reconocer sus violencias. Lo que califican de mental deja de importar como violencia reconocida frente al golpe seco del puñetazo físico. Aquí el verdugo sí posa sus manos de sangre dando importancia a un cuerpo que en todos los discursos despreció para sostener su nuevo paradigma de pistola: el de que la verdadera violencia (la más grave) es la que pega, la que toca lo que consideramos que sí es materia. En definitiva, la menos mayoritaria ahora.

Pienso que tendríamos que dejar de dividirnos contra nosotras mismas. Abrazo a las voces del podscast. Sé que un día sus cuerpos les darán permiso para dárselo. Que estos llevan su cauce y agenciamiento. Ellas lo tienen a él. No me necesitan. 

La tumba de Queipo de Llano era un símbolo de la violencia institucionalizada. Símbolo de su primo hermano: el nacionalcatolicismo y de las múltiples violencias físicas provocadas: incluidas las que no se consideran como tal. 

El conocido como el virrey de Andalucía por haber impuesto su terror con total independencia en esta tierra durante y después de la Guerra Civil, fue el responsable directo de más de 45.000 asesinatos: sólo en Andalucía. También de la masacre más sangrienta de la Guerra Civil que tuvo lugar en la carretera Málaga-Almería (La Desbandá). 

Sabíamos dónde estaba su tumba pero no sabemos dónde están las de muchas de nuestras hermanas, primas, amigas, abuelas, de bebés que nos dijeron que habían muerto y que luego resultaron robados a mujeres pobres. Nuestra memoria puede contarse por sus tumbas localizadas, las ilocalizables y las vacías con nombre de pila. 

Lo común es una fosa. 

El derecho a la memoria  y la reparación de señas patrióticas no es sólo un acto simbólico. Es un hecho que viene a nombrar una violencia que también es física. Espachurrada y derramada, su dolor encuentra cobijo en células, piel, arterias y músculos. Pero son nuestras pieles, arterias y músculos.

Si Queipo de Llano no hubiera podido enterrar a sus muertos, su dolor no hubiera sido desterrado, únicamente, al campo de lo simbólico. 

Pero para hacer del dolor un corpus y legitimarnos, tenemos que buscarnos en las narrativas y sentires que se desprecian y en la mezcla de resistencias que tuvieron que disfrazarse de otras cosas para sobrevivir. Abandonar los muros de las categorías tramposas que excluyen al dolor de serlo. Como decía Audre Lorde, desconfiar de las herramientas del amo.

José Pérez Ocaña dijo una vez que las vírgenes representaban a las madres sufridoras del pueblo andaluz. Que no eran una oda al catolicismo: que quienes las visitaban veían su propio sufrimiento por tener, quién lo supo, a un hijo habitando una cárcel o a una hija que nunca pudo sostener en brazos.

Pensaba sobre esta olla que, quizás hoy, las lágrimas de la Macarena sean de alivio pues sé que mi pueblo, extrañamente, se parece un poco a ellas. 




*NOTA: Gracias a los colectivos y a las familias de las víctimas que son quienes han conseguido que, en este caso, el asesino no tenga estatua.

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